Cuando estudiaba en el colegio, o en el instituto, todo eso de repetir curso y suspender asignaturas sonaba tenebroso y alienígena.
Yo, como suele ocurrir con quien acaba entrando en mi carrera, era más bien de aprobarlo todo, y estaba acostumbrada a obtener buenos resultados. Estaba acostumbrada a esforzarme a niveles medios, y obtener algo positivo a cambio. Lo único realmente difícil de este tramo, visto ahora desde lejos, fue lidiar con el fantasma de la PAU que tan bien supieron nuestros profesores meternos en el cuerpo.
Nunca supe lo que era ir a septiembre. Nunca supe lo que era sentirse realmente frustrado en el plano académico. Nunca me planteé ni por asomo que podía repetir ese año, o que estudiar bachillerato no era lo mio. Nunca me planteé este tipo de cosas, ni comprendí a quienes debían planteárselas, hasta que llegué a la facultad.
Para alguien que no está acostumbrado al fracaso, como era mi caso, el primer año de carrera puede ser muy duro. La universidad, lejos de lo que podía ocurrir en el colegio, o en el instituto, donde tenías a un tutor que se preocupaba por ti, o al menos fingía que lo hacía, donde los profesores se reunían para debatir sobre qué hacer para arreglarte el futuro, es toda una lección de supervivencia. Es una lección sobre ti mismo y sobre tus verdaderas habilidades. Es un búscate-la-vida-que-ya-es-hora o fracasa.
Hay quien capta en seguida el concepto. Hay quien renquea un poco, pero le ve las orejas al lobo y decide esforzarse en seguir adelante, y hay quien no logra adaptarse. Y en esta última categoría, señores, entraría yo.
Dos años de mi vida, casi tres, tirados a la basura. ¿Por qué? Por pura frustración. Por ser incapaz de salir de un ciclo vicioso consistente en: suspender un examen- deprimirse- no estudiar adecuadamente para el siguiente- suspender y lamentarse- deprimirse más- nuevamente, no estudiar de la forma más adecuada- suspender. Y así hasta el infinito, hasta que un día te sientas a mirar tu expediente académico de los últimos dos años y te preguntas qué demonios estás haciendo con tu vida.
E incluso te planteas que quizá lo que estudias no es lo tuyo. Te sientes terríblemente tentado de tirar la toalla. Te sientes inútil. Tonto. Estúpido al cuadrado.
Sé por qué llegué a esa situación. Es una larga historia con muchos factores predisponentes al fracaso de la que no es necesario hablar. No quiero excusarme, porque sé que no me esforcé lo suficiente entonces. No puedo decir con claridad qué fue lo que me impulsó a salir de esa situación. Quizá una mezcla de ayuda externa y consciencia propia del asunto. Supongo que en este punto debería decir que le debo bastante a quien no dejó de confiar en que yo tarde o temprano saldría adelante.
La cuestión es, y precísamente a este punto es al que quería referirme, que ahora pago las consecuencias.
¿Y qué consecuencias puede tener estancarse durante un tiempo? ¿Qué puede conllevar quedarse atrás? A parte de una considerable pérdida de tiempo, acarrea ciertos matices sociales y personales. Tus compañeros, "inconscientemente", empiezan a responzabilizarte de las tareas más sencillas en los trabajos de grupo, porque no has demostrado grandes aptitudes académicas durante ese tiempo y por ende piensan que puedes echarlo todo a perder.
Eres y siempre serás esa persona de la promoción anterior que no pertenece a la clase en la que te encuentras. Eres casi la persona de mayor edad que va a esa asignatura que te queda de primero, después del profesor y de los matriculados a través del cupo de mayores de 25 años.
Y aquellos que eran tus amigos. Aquellos con los que compartías los ratos en la cafetería, las anécdotas de las horas de clase y las horas infernales de biblioteca y estudio, se van. Siguen adelante. Cambian de vida, de amigos. Encuentran un oficio. Y mientras tú sigues en la facultad, y aunque ahora seas consciente de que metiste la pata hasta el fondo cuando empezaste, aunque ahora estés tratando de arreglarlo y hayas sacado tu pierna de ese socavón que tú mismo cavaste, es difícil no lamentarse de vez en cuando.
Porque es un tanto triste entrar en la cafetería y darte cuenta de que no conoces a nadie. Es triste que no tengas preferencias en cuanto a con quién sentarte en clase, porque realmente no suele haber nadie que te alegre más o menos el día. Es incómodo responder una y otra vez a las mismas preguntas: ¿Cuántas te quedan? ¿Acabarás por fin este año?
Y es estresante vivir con la expectativa de tu familia y tus amigos a las espaldas. Todos esperan que lo hagas, están casi seguros de que lo vas a conseguir. Y cada último examen, cada final, es como esperar esa sentencia penitenciaria que hará que todos se sientan decepcionados contigo.
Te dices que lo haces por ti mismo. Y en parte es verdad. Pero en parte no. ¿Qué demonios? ¿A quién no le gusta ni siquiera un poco el reconocimiento entre sus semejantes? Y al mismo tiempo te sientes mal, por el hecho de que si tú apruebas es "especial" y no "lo normal".
En cierto modo, es una situación que te hace propenso a la insatisfacción personal.
Así que... Futuros y futuras doctoras, y doctores. Háganme caso, y no se dejen ir. La cafetería, las partidas de cartas y las fiestas de los fines de semana son muy atractivas. Como también lo son los juegos online, el rol y los libros que no son precísamente académicos, para quien es un pelín más friki. Pero el precio es alto. No vale la pena desperdiciar los años en frustraciones y distracciones, y cuanto más tarde uno en darse cuenta de que sólo está tirando su tiempo a la basura, más lo va a lamentar y más fuera de lugar se va a sentir después.
Sé que esta entrada puede resultar algo depresiva, pero ya saben. Mi blog siempre ha sido mi catarsis, de alguna forma, y hoy me siento un tanto frustrada.
Al menos he vuelto a escribir aquí después de meses XD Menos es un palo, ¿no?