Domingo de resaca. Y no me refiero a esa resaca que resulta de la ingesta de alcohol de un sábado noche, me refiero a una resaca mental, de tipo post-examen. Sí, esa que le da a uno después de "vomitar" el contenido de su cabeza sobre la plantilla del examen. Esa en la que sientes como si tu mente fuera un globo que se va desinflando a medida que las horas pasan tras haberte pegado el atracón de conocimientos que no fueron firmemente asimilados, y que ahora se van, como el aire soplando.
Y de repente me doy cuenta: ¿ya estamos a final de mes? ¡Pero si parece que fue ayer cuando empezó el año! Pero no, no fue ayer, fue ya hace un mes, y he estado tan ocupada, tan agobiada, tan estresada, tan pendiente de la fecha del examen y de los días que iba a invertir en estudiar, o en adelantar otras cosas, que se me ha pasado el tiempo volando.
Lo peor de todo esto es que, no es la primera vez que siento que los días se pasan sin que a penas me percate. Cuando era una niña, los días eran lentos, quería crecer, quería que pasara el tiempo más rápido para poder hacer cosas que para mi estaban "prohibidas", quería acabar de una vez el colegio, y luego quería acabar de una vez el instituto para después entrar por fin en la universidad. Pero ahora me siento y miro atrás, y me doy cuenta de que a base de fijar fechas, objetivos y pautas temporales, el tiempo ha transcurrido demasiado rápido, y cada año gana en aceleración.
Me doy cuenta de que los meses se pasan entre una fecha de examen y otra, entre la convocatoria de junio, la de septiembre, la especial de diciembre y la de enero. Y al darme cuenta de esto pienso, ¿así es como debe ser realmente la vida? Gastar un tiempo precioso, que jamás volveré a tener, en meter miles de detalles en mi cabeza, en agobiarme, en pensar que debería haberme preparado mejor el examen o en esperar a ver por fin las calificaciones y saber si dio resultado todo el esfuerzo invertido. Y todo esto para que después de esta agotadora carrera empiece a trabajar, las horas se me consuman, las responsabilidades se me acumulen y no pueda disfrutar de ese don tan preciado que perdí entre las horas de estudio: La Juventud. ¿Debe ser así? ¿Debo resignarme a esto?
Es relevante el número de veces que estas ideas me vienen a la cabeza y, si fuera lo suficientemente valiente o estúpida, dejaría atrás todo lo que estoy haciendo para dedicarme a disfrutar de mi vida, esta vida, la única que tengo. Pero luego vienen los temores: si no estudio no llegaré a ser alguien en esta vida (sí, hay gente que sin estudiar una carrera ha llegado lejos, pero tal y como están las cosas, eso es difícil), si no consigo un trabajo decente no llegaré a conseguir ni la mitad de las cosas que quiero, y si mi vida se estanca en un punto en el que no pueda seguir adelante, no seré feliz.
Entonces entro siempre en la misma paradoja. Si gasto mi tiempo en labrar un futuro, no podré disfrutar mi presente, y si no aprovecho mi presente, no podré disfrutar un futuro. O al menos no tendré un futuro deseable, aunque tampoco podré disfrutarlo plenamente porque tendré demasiadas responsabilidades. La cuestión es que la sociedad, el ser humano en general, se ha encajonado en este tipo de vida en el que hay que seguir una jerarquía establecida que te hace infeliz, y si alguien decide salirse de ella, está condenado a la infelicidad. Por tanto somos infelices, hagamos lo que hagamos. Estamos condenados a perder el tiempo.
Sólo me alivia el hecho de que en medio de tanta pauta marcada hay pequeños momentos de liberación. Buenos recuerdos, buenas personas, canciones, risas, anécdotas. Cosas como una tarde de rol con los amigos, una charla en la cafetería de la facultad, una noche con la persona a la que quiero a mi lado, o mismamente, un rato, paseando a mi perro y pensando en cualquier cosa que no implique ninguna responsabilidad mientras escucho alguna canción que me alivie mentalmente, me hacen sentir que a veces no todo es igual, que no es tan monótono y que puedo buscar la felicidad en estos pequeños detalles. Sólo espero que sean frecuentes, que lleguen cuando los necesito, que me salven cuando el pesimismo asome de nuevo y que me animen para estudiar el próximo examen sin sentir que mi tiempo se esfuma.
En fin, es un día raro. Es domingo. Supongo que es normal.